Celos

CELOS, MALDITOS CELOS

Hace algunos años, cuando estaba en mis primeros semestres en la universidad, desconocía hasta qué punto puede mentir alguien. En esa época tuve un novio que siempre me dijo cosas, algunas veces incoherentes, pero que nunca cuestioné o pensé que no correspondieran a la realidad. Tiempo después de terminar la relación por otros factores, me enteré de que había sido infiel en más de una oportunidad. Mi sexto sentido me lo había dicho en algún momento, pero pensé que no había necesidad de mentirme pues, si no quería estar conmigo, podíamos terminar la relación en cualquier momento.

Con los años empecé a ver como muchas personas manejan la dinámica del engaño. Y se trata de engaño porque si los que intervienen no pactaron una relación abierta o poliamorosa, el que entre un tercero implica mentiras y ocultamientos, porque en las relaciones amorosas y de cualquier tipo todo debe ser consensuado.

Algún conocido tenía un grupo de fútbol en WhatsApp únicamente con su “amiga”, en el que compartían todo menos las estadísticas de la liga; otro, siempre tenía un uniforme de fútbol o guayos en el carro, listo para cuando se iba a jugar un partido o para perderse por alguna llamada; alguna conocida tomaba fotos en su oficina diciendo que trabajaba hasta tarde y las enviaba a su pareja mientras departía en otro lugar; ni hablar de los que se escapan a la hora del almuerzo, entre otras mil formas de ocultar la verdad que al final son esfuerzos que se hacen por no perder una relación que en últimas no se valora (porque si se valorara, no se la expondría a terminarla).

Podría decir que todos hemos tenido una tusa por cachos. Duele la mentira, claro, pero además esto acaba con la confianza propia (o al menos la lesiona), y a futuro el engañado no quiere que le vuelvan a ver la cara, por lo que desconfía hasta de su sombra. Entonces vienen conductas que no son sanas para nadie, reclamos nacidos de la nada, conjeturas dignas de Hollywood y un permanente sufrimiento por algo que solo se imagina y en realidad no pasa. Entonces resulta uno en el sicólogo reparando cosas que rompieron personas que debieron ir antes a terapia.

Y no la pasa mal solo el celoso. La pasa mal el celado. ¡Qué cosa más jarta tener que justificar cada cosa que se hace en la vida! Que por qué sonríe, por qué se arregló más, por qué se demoró 10 minutos… A ver, ¡Los cachos se ponen en cualquier momento! ¡Detrás de una bicicleta! Tener cronometrada y vigilada a la pareja no garantiza que su cabeza no esté adornada con cuernos, pero sí dificulta el diálogo, le quita la paz, aumenta la ansiedad y hace que una persona que seguramente actúa sin prevenciones le tome fastidio a las relaciones serias que solo le harán sentir como en una cárcel.

Si Usted se metió en una relación lo último que quiere es pasarla mal, entonces ¡no joda! Créame, si debe enterarse de algo, tarde o temprano lo hará y sin necesidad de buscar. Las cosas caen por su propio peso.

Alguien me dijo alguna vez “yo no me preocupo por los cachos. Eso sí, si me entero, se acaba, pero yo no pierdo, me pierden y eso duele más”. Y sí. El engañado sufre, se siente defraudado y hasta bobo, pero nunca lo será quien actúe de buena fe, partiendo del amor y la confianza que deberían ser mutuos. Además, ya estamos como grandes para saber y decir qué queremos ¿no?

Abogada y con un Juan en casa. No vine a hablar de derecho.

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