BIENAL ESTEREO PICNIC, LA ALCALDÍA PREMIA A LA ALCALDÍA..

La calle es más tranquilizadora porque se piensa menos en uno mismo, y porque en ella todo se debilita y se deteriora, empezando por las angustias.

EM Cioran.

Puede no ser evidente, pero en ciertos temas la arquitectura colombiana es un paradigma internacional.  Son de particular importancia los aportes que realizaron los arquitectos del momento moderno colombiano en temas como la vivienda social, los sistemas constructivos del mismo periodo –destaco el ‘reticular celulado’ de Doménico Parma-, la ‘canaleta 90’, la artesanía en tradiciones constructivas como el uso del ladrillo y… wait for it… wait for it… la arquitectura y obra urbana de Rogelio Salmona, Fernando Martínez Sanabria o Germán Samper, quizás los tres nombres más reconocidos de nuestro acervo arquitectónico.

Esa calidad de la arquitectura y la ciudad colombiana estuvo garantizada durante buena parte del siglo XX por mecanismos de competencia que permitían producir edificios basándonos en condiciones de calidad a partir del juicio de jurados (seleccionados por clientes, sociedades de arquitectos o gobernantes) que confrontaban las necesidades del cliente con los proyectos presentados por arquitectos y urbanistas, decantando una arquitectura ejemplar.

En términos de divulgación, a finales del siglo XX el concurso de arquitectura se encontraba consolidado como mecanismo que permitía a los arquitectos compartir ideas y acceder a tendencias internacionales de la construcción y el diseño; el acceso a revistas internacionales, a la educación en otros países y la posibilidad de viajar condicionaba en muchos casos la producción de proyectos y con ello las posibilidades de acceder a los premios otorgados a la ‘vanguardia’ en diseño.

En paralelo, la Sociedad Colombiana de Arquitectura formulaba escenarios de divulgación y premiación como la Bienal Colombiana de Arquitectura, un modelo que traía a nuestro país la idea de premiar la mejor arquitectura y urbanismo mediante un sistema para su divulgación y juzgamiento.

Con este doble sentido (concurso y Bienal), la Alcaldía Mayor de Bogotá (en particular el Departamento Administrativo de la Defensoría del Espacio Público –DADEP- y el Observatorio del Espacio Público de Bogotá D.C) y la Sociedad Colombiana de Arquitectos regional Bogotá y Cundinamarca convocan la Bienal de Espacio Público de Bogotá (BEP), un evento que suena loable pues la concepción del espacio público es otro de esos puntos altos de nuestra arquitectura reconocibles a nivel internacional.  Imagine usted el impacto del Eje Ambiental, de la calidad del espacio que rodea a la Biblioteca Virgilio Barco (que este año fue elegida por los ciudadanos como el mejor espacio público de la ciudad), de los espacios que rodean equipamientos como la Biblioteca El Tintal, o de la importancia que tiene para las localidades el espacio común que aportan parques como El Tunal o el Simón Bolívar.

En el escenario de la arquitectura nacional, no pasó mucho tiempo antes de que el espíritu de premiación a lo mejor de nuestra arquitectura fuera convertido en un acto cuasi masturbatorio en el que los arquitectos conformaran clubes de amigos  -siempre burgueses premiando burgueses- y tanto los concursos como los eventos de premiación se convirtieran en galas sociales para el pavoneo de un restringido grupo de personas que se reparten aquello que se construye, pues si bien sigue existiendo un carácter de confidencialidad en la presentación, hay ciertas pautas, lenguajes y –obviamente- manipulaciones que hacen que los concursos caigan siempre en las mismas manos. 

ARQUILAND.

Y si leyó hasta acá: eso fue exactamente lo que pasó en esta segunda BEP, ahora bajo la doble coyuntura de una alcaldesa que vé caer su popularidad y un jurado que sin mayor reflexión crítica decide dar el premio a espacios burgueses, pensados para burgueses, en los que prima la exclusión y la segregación económica. En mi opinión, la BEP debió ser declarada desierta o entregada a la Ciclovía de la Carrera 7ª, uno de los pocos espacios sin segregación que se ha construido en 6 años de gobierno de derecha en Bogotá.

Los ganadores elegidos por el jurado (y acá debo señalar que alguno fue mi maestro o son arquitectes que admiro) dejan todo por desear, no sólo por el claro tinte político que premia el sinsentido acometido por Claudia López de privatizar espacios públicos en la coyuntura de la Covid, otorgando el lauro a espacios que no pueden disfrutar sino un puñado de la totalidad de ciudadanos, en los que la exclusión y estratificación del disfrute de lo público es evidente, sino porque relegan la calidad de lo juzgado a la disposición de materas y rampas, sin contemplar siquiera condiciones mínimas como la accesibilidad universal o la definición de lo público en un siglo que reclama como condición mínima de la sustentabilidad ambiental la construcción de una ciudad para todos. Claudia premia a Claudia por ser Claudia.

No discutiré el premio entregado a la Gestión Integral (Calle Bonita), pues el esfuerzo de los empresarios reunidos en AsoSanDiego está directamente relacionado con la pandemia, pero sí me queda la duda del futuro de ese espacio, privatizado por la coyuntura y en tal sentido lo que aporta a la ciudad elegir la privatización como algo premiable.  Las menciones a la Gaitana, Un Grito de Libertad Un Camino de Comunidad, que logra algún acuerdo con los vendedores informales, de calle, y a la Activación Vertical de las Plazas de Mercado La Perseverancia y La Concordia, recogen la idea de lo efímero y en tanto esa cualidad de la arquitectura califica el proyecto, expresan una concepción crítica de lo que hicieron los proyectistas frente a los desafíos de la activación durante la Covid.  Se confirma que, en el caso de los concursos de arquitectura, en ocasiones es mejor ganarse un segundo lugar o una mención que un primer premio.

No me extenderé en el sinsentido de poner a hablar a Lorenzo Castro, que se limitó a levantar los brazos en un gesto ridículo durante la entrega del premio por su diseño para el espacio público Borde Activo de Corferias, gran ganador de la Bienal, pues hasta el propio nombre de lo realizado explica la dicotomía en la ‘solución audaz que se traduce en un proyecto de gran sencillez’, descripción del jurado que roza la comedia para un borde de exclusión que señala una vez más que los errores de los arquitectos se tapan con matas, como decían irónicamente mis docentes en la Nacional.

Señalaré para finalizar este recuento que el premio al Paseo Comercial de la Zona Rosa como mejor espacio construido muestra explícitamente la crisis en la gobernabilidad de la ciudad, la distorsión de nuestra idea del Espacio Público por ese fantasma del neoliberalismo –palabra que quisieran prohibir los peñaclaudistas- en un nivel que haría desencajar de ira las piedras de las ágoras y témenos clásicos de donde se desprende la idea del Espacio Público, fundamental para la vida democrática de la polis y la construcción de ciudadanía.

Twitterland.

Como colofón, citando a Cioran, resuena en mi mente el carácter de lo público desde su comentario a la vida de Diógenes de Sínope: “El hombre que se enfrentaba con Alejandro y con Platón, que se masturbaba en la plaza pública (‘Pluguiere al cielo que bastase también frotarse el vientre para no tener ya hambre’), el hombre del célebre tonel y de la famosa linterna, y que en su juventud fue falsificador de moneda (¿hay dignidad más hermosa para un cínico?), ¿qué experiencia debió tener de sus semejantes?”.  Esa pregunta me ronda la mente al pensar en el espacio público que premiamos, en la exclusión de los inemepleables, de los desarrapados, de los más pobres, de los que se encuentran por fuera del sistema inmobiliario ¿qué opinión tiene de sus semejantes un jurado que premia la Zona Rosa en Bogotá como espacio público ejemplar? Necesitamos con urgencia renovar nuestros juicios de lo urbano.

…y a nuestros jurados de concursos.

Bogotano. 50 años. elarteylaarquitectura.wordpress.com

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