Aunque reconozco que debemos llegar más allá y que nos falta pelo pal moño con lo que nos hemos comprometido, soy un entusiasta de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y en este contexto, creo que un tema clave alrededor de su cumplimiento, pasa por entender el contexto en el cual estos se originan, y ello es, en gran parte, el ODS1: Fin de la pobreza.
Entre 700 y 800 millones de personas, un poco más del 10% a nivel mundial, viven en condiciones de pobreza extrema, es decir, sus ingresos, inferiores a 2 dólares diarios, no son suficientes para suplir necesidades básicas como alimentación, educación, salud, saneamiento, acceso a agua potable y mucho menos otros elementos cotidianos para nosotros como entretenimiento o vestuario. En la línea de ingresos inferiores a 5.5 dólares, la proporción mundial de pobreza alcanza más del 40% de la población. Esta situación, que además se complicó a consecuencia de la pandemia afecta principalmente a los habitantes de zonas rurales, mujeres, niños y ancianos.
La pobreza, como un concepto abstracto para muchos de nosotros y los pobres como miembros de nuestra sociedad, deben soportar también juicios y prejuicios que les acusan de ser sus propios verdugos, hemos reducido su existencia a un cúmulo de frases sin valor que desdibujan la realidad: la pobreza es una cuestión de ganas y actitud, una condición deseada por quienes la sufren y cuyo único propósito es vivir a costillas de un estado benefactor que subsidie su existencia, sirviendo también como beneficiarios de nuestras ansias morales de calmar nuestra consciencia con actos de filantropía.
Adicionalmente, en nuestro imaginario y asociada a la pobreza, somos testigos de la existencia de condiciones críticas como la degradación ambiental, el aumento de conflictos, la migración, la inseguridad y otros eventos adversos e indeseables donde tenemos la tendencia a juzgar a los pobres como los principales actores y los únicos culpables de ellos.
Esta andanada de juicios y prejuicios ha causado que nuestras acciones como sociedad se enfoquen en el castigo a las personas, individualizando las responsabilidades y dejando de lado las condiciones estructurales, las complejas interrelaciones y los diferentes elementos que interactúan en esta relación. En este panorama, debemos entender y hacernos conscientes de que la erradicación de la pobreza, como una condición adversa para el mundo presente y futuro y no de los pobres como individuos, es un acto de justicia que influye de forma significativa en la construcción de un mundo sostenible.
Es por esto por lo que el ODS 1 plantea los siguientes retos para el año 2030[1]:
- Erradicar la pobreza extrema para todas las personas en el mundo, actualmente medida por un ingreso por persona inferior a 1,25 dólares al día.
- Reducir al menos a la mitad la proporción de hombres, mujeres y niños y niñas de todas las edades que viven en la pobreza en todas sus dimensiones con arreglo a las definiciones nacionales.
- Poner en práctica a nivel nacional sistemas y medidas apropiadas de protección social para todos y lograr una amplia cobertura de los pobres y los más vulnerables.
- Garantizar que todos los hombres y mujeres, en particular los pobres y los más vulnerables, tengan los mismos derechos a los recursos económicos, así como acceso a los servicios básicos, la propiedad y el control de las tierras y otros bienes, la herencia, los recursos naturales, las nuevas tecnologías y los servicios económicos, incluida la microfinanciación.
- Fomentar la resiliencia de los pobres y las personas que se encuentran en situaciones vulnerables y reducir su exposición y vulnerabilidad a los fenómenos extremos relacionados con el clima y a otros desastres económicos, sociales y ambientales.
- Garantizar una movilización importante de recursos procedentes de diversas fuentes, incluso mediante la mejora de la cooperación para el desarrollo, a fin de proporcionar medios suficientes y previsibles para los países en desarrollo, en particular los países menos adelantados, para poner en práctica programas y políticas encaminados a poner fin a la pobreza en todas sus dimensiones.
- Crear marcos normativos sólidos en el ámbito nacional, regional e internacional, sobre la base de estrategias de desarrollo en favor de los pobres que tengan en cuenta las cuestiones de género, a fin de apoyar la inversión acelerada en medidas para erradicar la pobreza.
Alcanzar estos objetivos no es fácil, en primer lugar, porque la pobreza no es una cuestión de actitud y la superación de las condiciones que la generan y la mantienen no se basa en el poder del pensamiento positivo, el trabajo duro y el optimismo desbordado como únicos pilares estratégicos.
Debemos entender las causas de la pobreza y hacernos conscientes de su impacto, debemos entender que existen condiciones estructurales como el desempleo, vinculado a la estructura productiva y las decisiones económicas del territorio, la existencia de ideas y comportamientos excluyentes e intolerantes que conducen a la discriminación de otros por cuestiones absurdas vinculadas a perspectivas de género, raza, religión, ideología u origen, la vulnerabilidad, el conflicto armado, la crisis climática, la falta de políticas estatales y la corrupción gubernamental que históricamente han impactado en el desarrollo de condiciones óptimas para la inclusión educativa y social y que además han llevado a territorios a sufrir de abandono ante la proliferación de voces que claman la guerra y empresas criminales que basan su riqueza en la explotación de las personas y los recursos naturales.
Y, en fin, muchas veces nuestra propia indiferencia, que invisibiliza las causas y los impactos, llevándonos a olvidar también que nuestra existencia y nuestro bienestar están vinculados de manera estrecha con el bienestar de la sociedad en conjunto, donde todos, más allá de sus condiciones y sus ingresos, juegan un papel clave.
Todos estamos juntos en esto y todos tenemos algo por hacer, participando activamente de las decisiones, eligiendo más allá de polarizantes discursos, siendo conscientes del otro y sus necesidades, aprendiendo a entender que nuestra responsabilidad va más allá de donar aquello que no usamos. Por más que queramos convencernos a nosotros y nuestros semejantes de que somos seres apolíticos que no respondemos a ningún color, nuestro compromiso, nuestra participación, nuestra voz y nuestras decisiones, de manera individual y colectiva, tienen el poder de ayudar a decidir el rumbo.
Y es hora de cambiar.