En plena ciudad de Barinas, hay una casa ubicada frente a la clínica El Pilar, por la calle Aramendi. La mamá de Noa prácticamente nació ahí, luego que su papá la comprara varios años después de tenerla arrendada, la inicial le costó un bolívar de los que valían. Ahora, la clínica se la quiere comprar para seguir expandiéndose.
¡Qué fastidio! – dice Luisa cada vez que se acuerda del asunto. –Tanto que trabajó mi abuelo para comprar esta casa y ahora esta gente nos la quiere quitar.
La señora Piedad ya ni la escucha, sabe que Luisa se queja de eso todos los días cuando llega del gimnasio a las 7. Así que su rutina no cambia, le sirve una arepa con queso al señor Luis y un guarapo, acto seguido, llama a Noa para que se siente a comer también.
¿No estás emocionada, carajita? ¡Hoy es tu último día de 6to grado! –dijo Lucía abrazando a Noa cariñosamente. – El próximo año serás camisa azul.
Noa se escapó del abrazo de su hermana, se comió una arepita chiquita que su mamá le prepara todos los días para que “aguante” hasta el recreo, y se fue. Así transcurría una mañana en la casa de los Castillo.
Faltando diez minutos para la una de la tarde Noa cruzó el umbral de la casa, ya en su cuarto se quitó la camisa blanca llena de firmas de sus panas del salón, se vistió con una batica vieja y salió a la cocina para buscar algo de comer. En la sala se encontró a Caimán, el gato de la vecina, que en realidad se llama Rayito, pero como a ella no le gusta ese nombre, decidió llamarlo a su manera. Además, pasaba más tiempo ahí que en su verdadera casa.
-Épale, malandrito. – le acarició el lomo por un poco hasta que se echó en sus pies.
Noa se sentó en su silla de mimbre favorita y comió arroz con pollo recalentado que su mamá le había guardado. Estaba sola en la casa, sus papás andaban para el trabajo y Luisa, en la búsqueda de uno, o al menos eso decía. Desde que le tocó devolverse de Caracas, se le notaba que fingía estar bien todo el tiempo, a sus 25 años le costaba no compararse con las chamas que se graduaron del liceo con ella, la mayoría ya tenían una familia propia, cosa que la atormentaba secretamente, sin mencionar su fracaso en la capital.
Cuando terminó de comer, empezó a jugar la culebrita en el celular viejo de su mamá. El calor de la tarde la agobiaba, prendió el ventilador de la sala y decidió echar una siesta, de todas formas ya estaba oficialmente de vacaciones, iba a tener demasiado tiempo libre para hacer cualquier cosa que se le ocurriera luego.
Esa noche en la cena, la familia estaba reunida nuevamente, esta vez en la sala. Noa les enseñó la camisa que ya no usaría más, mientras La Ruleta de la Suerte estaba en comerciales, era un programa repetido, pero lo estaban viendo de todas formas. Como ya estaba aburrida, se levantó y se fue a sentar al patio, ahí estaba su fiel amigo Caimán.
Juntos se echaron en el piso a ver las estrellas, era una de las cosas que más disfrutaba hacer. Para ella el cielo era una especie de lugar neutral, quieto, calmado, el cielo nocturno para ella no se movía, las estrellas siempre estaban ahí acompañándola en silencio. Escuchaba en la sala a su hermana mayor hablando, quejándose porque la vida no es lo que ella esperaba, que no estaba en el lugar que había planeado estar años atrás. En ese momento se preguntó a sí misma si a ella le pasaría lo mismo.
De pronto se distrajo, en su cielo inmóvil ocurrió algo extraño. Vio una luz que se movió violentamente. Por un momento pensó que era uno de esos aviones que va tan alto que solo se ven las luces, pero no, esto era diferente y ella lo sabía.
-¿Viste eso, Caimán? – le dijo al gato que hace rato estaba dormido junto a ella. – Creo que estoy loca.
Nuevamente vio como esa misma luz se movió, esta vez se dio cuenta que sí era diferente a las demás presentes esa noche. Se frotó los ojos y pestañeó varias veces, tratando de enfocar mejor lo que veía. De pronto la luz misteriosa se movió otra vez en una línea recta, también notó que en cada movimiento que realizaba ésta parecía estar acercándose más a ella… El gato a su lado se despertó, dando un salto quedó con los pelos de su lomo completamente erizados. Mientras la escena en el patio se estaba aclarando, como si fuera de día. Eventualmente la luz llenó todo el lugar, Noa tenía miedo, pero sentía que ese resplandor emanaba una tranquilidad única.
“Estoy muerta”, pensó, y esta fue la última vez que Noa estuvo en su casa.