Nuestro papel como mujeres ha cambiado a través de la historia. Con lentitud, pero con mucha firmeza, hemos alcanzado lugares que nunca debieron negársenos, tales como el derecho al voto, la administración de nuestros bienes y, en últimas, la posibilidad de decidir. Socialmente, avanzamos.

Pero poco se habla de lo que hemos logrado dentro de nuestros hogares, especialmente, en la alcoba. Hace algunas décadas, en una costumbre que pervive en algunos lugares, era una obligación que la mujer llegara “virgen” al matrimonio. Muchas novelas relatan las maromas que hacían las mujeres para hacer creer a su consorte que eran novatas en el asunto y así poder tender al día siguiente sábanas que atestiguaran sobre el gran acontecimiento ante la sociedad.

Esta circunstancia no se exigía a su compañero, quien llegaría como primer habitante de ese cuerpo, como colonizador, lo que de alguna manera lo haría su propietario y dueño de los derechos de uso y goce (pero luego nos dicen que no fuimos ni somos cosificadas).

Ni hablar de aquellas culturas en las que los órganos sexuales femeninos, especialmente del clítoris, órgano que existe únicamente en función del placer femenino, son mutilados como método de control del comportamiento de la mujer y hasta para asegurar su fidelidad, como si lo único que se pudiera seducir fuera el cuerpo, como si todo lo femenino pudiera centrarse en un órgano.

Por otro lado, si no llegaba virgen al casorio, lo importante es que la dama tuviera “poco kilometraje”, lo que nuevamente tampoco se exigía ni exige al caballero, de quien solo se esperaba que estuviera satisfecho y complacido, además de que se le brindara descendencia más temprano que tarde, porque ¿qué otra finalidad podría tener el sexo?

Sin embargo, con el paso del tiempo, a partir de las décadas de los 60´s y los 70´s, con la propagación de métodos anticonceptivos a nuestro cargo (píldora anticonceptiva), entre otros factores, las mujeres nos adueñamos de nuestro cuerpo, aprendimos a conocerlo (cuánto nos falta aún) y decidimos que también queremos disfrutar del sexo. 

Esto no vino gratuitamente. Aún hoy se cuestiona a la mujer que se comporta como un hombre promedio y aquella que manifiesta libremente su deseo llega a ser tildada de tener una “moral relajada” en el mejor de los casos, sin contar que cuando es directa con sus pretensiones sexuales, regularmente resulta espantando al sujeto al que se lo manifiesta. Sin embargo, las cadenas de los prejuicios se han ido rompiendo y las mujeres ahora decidimos con mayor libertad si queremos o no un encuentro sexual, sin que ello implique la aceptación de cuanta propuesta llegue, sino el ejercicio de nuestro poder de decisión cuando así lo deseamos.

Es ahí cuando los señores, o cualquier interlocutor, deben aprender a escuchar y aceptar un NO como respuesta, sin que ello derive en una pataleta, malos tratos y esas cosas que a veces hacen. Ustedes saben. Esto, básicamente porque no estamos obligadas a aceptar cuanta propuesta nos hacen, así de simple.

Esto no acaba cuando hay parejas estables ni cuando hay hijos. La imagen santificada de la madre debe desaparecer de la alcoba (y de muchos lugares). Las mujeres no dejamos de serlo por el hecho de convertirnos en madres o ¿acaso los hombres dejan de tener ganas cuando son padres?

Existen muchos escritos, dinámicas y herramientas encaminadas al disfrute sexual, no hay que privarse de disfrutar y experimentar aquello que dé vida a la relación, que permita cultivar esa complicidad que alimenta la curiosidad y el juego en pareja. Que la llama permanezca viva es un trabajo en equipo.

Es mucho lo que falta aún para alcanzar la paridad sexual, pero sin duda esta es una época en la que hay un despertar que nos permite hablar libremente de estos temas, no solo en privado sino públicamente, lo que a la larga es un ejercicio ampliado de nuestros inicialmente precarios derechos.

Abogada y con un Juan en casa. No vine a hablar de derecho.

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