Cuando la culpa grita en el embarazo

Lexy Garay Álvarez

Cuyabra, periodista, contadora de historias. Desde que nació mi hijo dedico mis letras y mis horas de estudio a la salud mental en la maternidad.

Lexy Garay Álvarez (@lexygaray) / Twitter

De mi embarazo tengo apenas cuatro fotos. Nunca en 32 años me había sentido tan fea, rara, débil y triste. Hoy, con un niño de tres años caminando a mi lado, me sigue costando mucho ver esas imágenes y reconocerme en ellas.

Supe que estaba esperando a mi hijo en un viaje de trabajo, me acosté bien y me levanté con un guayabo horrible que duró nueve meses. Tenía tres semanas y desde ese martes hasta la mañana de la cesárea vomité sagradamente cada día; perdí siete kilos, se me cayó el pelo y la piel se me puso reseca y pálida. Con la prueba de embarazo en la mano lloré y no fue de felicidad. Ese día me subí en una montaña rusa emocional sin abrocharme el cinturón. No se trató solo de ver mi cuerpo consumirse y modificarse para dar vida; fue también sobre mi miedo a afrontar situaciones desconocidas, mi dificultad para navegar en la incertidumbre, mi necesidad profunda de controlarlo todo y el dolor de algunas heridas de infancia mal cicatrizadas.

Y se sumó que, ingenuamente, creí que sería la mujer embarazada siempre maquillada, perfectamente peinada y en tacones. Ahora que lo pienso, no tenía idea de nada, solo sabía lo que los medios, las redes y una que otra mamá cercana me habían mostrado: imágenes que poco coinciden con el proceso real.

“Estos estereotipos ponen una presión extra a todas las situaciones de por si difíciles que tiene el embarazo, muchas veces generan sensaciones de culpa por no cumplir con ese estándar y aparecen cuestionamientos como: ¿por qué yo no me siento así?, ¿por qué me veo diferente? Se crea entonces una idea de que algo se está haciendo mal”; afirma Milton Murillo, psiquiatra docente de la Universidad del Rosario.  

De ese recorrido frenético apenas me estoy recuperando. Sentí depresión y ansiedad la mayor parte de mi embarazo y cada día de él, tuve culpa por no ser feliz en el proceso, por no estar cómoda hablándole a la barriga, por anhelar que las 40 semanas pasaran rápido (mas que para tener a mi hijo en brazos, para no estar embarazada), por odiar mi imagen en el espejo porque, aunque sabía que estaba demasiado delgada y demacrada, me atormentaban los tobillos hinchados y las caderas anchas.

Nunca tuve la confianza de reconocerme enferma emocionalmente. Entré en un mundo de cambios rápidos y fuertes a oscuras, como caminando por instinto y pegada a las paredes para no tropezar conmigo o con la pila de juicios y opiniones no pedidas. No supe buscar ayuda profesional, mas que por pena, por ignorancia. Porque, ¿cómo iba yo a saber qué era natural y qué no?

“Hay cambios físicos y emocionales que son normales, pero cuando esos episodios aumentan y afectan la funcionalidad de la mujer hay que buscar ayuda. Por ejemplo, si el patrón de sueño de una mujer se altera y completa tres días sin dormir, o si la ansiedad o la tristeza empiezan a interferir en el funcionamiento diario habitual, excediendo las defensas normales que tenemos los seres humanos, ahí hay que pedir apoyo”, me explica Milton.

Me juzgaron duro por no estar feliz el día de la primera ecografía, por no dejarme tomar fotos ni hacer publicaciones semanales en redes con el crecimiento de la barriga, por los ojos encharcados cada que me preguntaban si estaba emocionada, por no querer pararme de la cama, por odiar la ropa de maternidad, por tener cero interés en comprar cosas para el bebé.

Recuerdo frases como: “me da tristeza que no estés feliz”, “no seas desagradecida”, “es un pecado que no quieras ese niño”. Y en realidad yo sí quería a mi niño, desde ese primer momento con la prueba en la mano lo amé, lo anhelé, lo agradecí; sí quería conocerlo, besarlo, olerlo, amamantarlo; sí quería iniciar el proceso de ser mamá. Pero en esa etapa no podía entender por qué me sentía así y de una forma que no les sé contar, a pesar de llevarlo conmigo, no lograba sentirme como su mamá. Era como si esa mujer del embarazo triste no fuera yo.

La Organización Mundial de la Salud incluye en la lista de mayor riesgo de depresión a la mujeres embarazadas o en postparto. Hay seis factores que nos predisponen a sufrir depresión antes del parto:

  • Embarazo no deseado.
  • Conflicto en la relación de pareja.
  • Ausencia física o emocional de la pareja.
  • Estrés psicosocial.
  • Nivel socioeconómico bajo.
  • Deficiente apoyo emocional.

Cualquiera de esos factores puede ser un detonante y ninguna está exenta. Por ello debemos cerrar filas en torno a quien se funde y se rehace para crear un nuevo ser. No esperemos hasta el parto para brindar apoyo, preguntar o escuchar; convertirse en mamá es quizá la mayor transformación que podemos experimentar y toda transformación representa, en cierta medida, un duelo, una pérdida de lo que sabemos seguro.

Por eso familia, amigos, compañeros de trabajo: no opinen ni den consejos si no se los piden, estén dispuestos a escuchar sin juicios y con empatía, pregunten siempre en qué pueden apoyar. Y, ante todo, respeten el silencio, las lágrimas o las dudas de una embarazada; internamente ella está librando una gigantesca batalla hormonal, física y emocional y eso, amigos míos, merece todas las consideraciones del mundo. 

Y a ti mamá quiero decirte que es normal sentirnos en ocasiones tristes, agobiadas o cansadas. Aceptación con amor es la clave: aceptar que estás en una situación desconocida, exigente y retadora; aceptar que tener dos corazones latiendo en tu cuerpo requiere esfuerzo extra, físico y emocional, y por ende, requiere doble paciencia. Y algo clave: no eres la única, tal vez la regla no sea sentirse triste en el embarazo, pero te aseguro que en algún lugar (no muy lejano) hay otra mamá pasando por algo similar. No estás dañada, no eres mala, tu hijo no te va a odiar. Simplemente eres humana y tienes derecho a quebrarte ante la incertidumbre, los miedos, el dolor y los cambios.

Habla mucho con personas de tu entorno cercano (poner en palabras lo que llevas dentro ayuda a reconocerlo y transitarlo) y si sientes que la tristeza dejó de ser temporal y llegó para quedarse o tienes episodios de angustia incontrolable, busca ayuda profesional. Tan importantes son los niveles normales de presión arterial y azúcar durante el embarazo como lo es una salud mental estable y fortalecida.

A veces miro mis cuatro fotos y sonrío, agradezco a la vida y a mi cuerpo por luchar con fiereza para sacar adelante un embarazo tan complejo. Eso pasa a veces. Pero la mayor parte del tiempo, al mirarlas, siento tristeza por verme tan triste y le pido perdón a mi yo embarazada, lo hago con humildad por no haber logrado entenderme en un momento tan álgido. Me pido perdón no por haber sido una embarazada triste sino por haber sentido culpa por ello.

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